Honores al deshonor, Parte 2
Víctor Manuel Ramos
Los maestros en huelga, con el apoyo masivo del pueblo hondureño, salieron a las calles para impedir la firma de un contrato con el Consorcio de Universidades de La Florida, con el cual, el Estado de Honduras entregaría a la inversión privada norteamericana, el control de la educación pública hondureña. Loor a esa gloriosa gesta de los maestros. La crisis fue el detonante, el pretexto perfecto para que Oswaldo López Arellano llamara telefónicamente al Presidente Ramón Ernesto Cruz para que no se presentara más al despacho presidencial. En seguida la radio comenzó a difundir, con la voz del portavoz de todos los fatídicos golpes militares, Nahúm Valladares, la proclama que nos decía que los militares volvían a hacerse cargo del destino de Honduras y de sus habitantes, para asegurarles la felicidad, la paz y el progreso. Durante todo el día los receptores reprodujeron aquella voz entrenada en golpismo y las funestas marchas militares.
López Arellano ya era dueño de un banco, de una empresa aérea y de fincas ganaderas, a pesar de que sólo se había desempañado como Jefe de Estado, como Presidente constitucional (escogido luego de elecciones fraudulentas) y Jefe de las Fuerzas Armadas. En su condición de Jefe de las Fuerzas Armadas era, nadie lo dude, el hombre más poderoso del país y los presidentes actuaban como sus subordinados, como sus títeres, temerosos de que un desacuerdo con el Jefe Militar les pusiera de patitas en el exilio o en casa. Estos personajillos que llegan al solio presidencial se olvidan del pueblo que los había electo.
López Arellano, sin embargo, en esa ocasión parecía imbuido de otras intenciones. Nos dijo que quería el progreso de Honduras y, quizás, bajo la influencia de Velasco Alvarado, un General que impulsaba cambios revolucionarios en Perú -cambios que no han sido continuados por Allan García, en migas con este gobierno que desconocen los hondureños, quien se dice continuador del pensamiento de Víctor Raúl Haya de la Torre, refugiado, como José Manuel Zelaya, en una embajada, la de Colombia, nada más que durante cinco años-, y por el más cercano General Omar Torrijos, otro militar patriota que inició una lucha por la reivindicación del pueblo panameño y el rescate de la Zona del Canal que devolvió, gracias a su patriotismo, a la soberanía de Panamá.
Muy pronto trató de hacer migas con las dirigencias obreras y campesinas y se impulsaron algunas medidas reformistas que tuvieron el firme respaldo de las masas: la promulgación de una ley que protegía el bosque, la promulgación de la cuota sindical obligatoria, algunos intentos de profundizar la reforma agraria, la imposición –a nivel centroamericano- del impuesto a la importación del banano –de un centavo por racimo se subió a un dólar por caja-, la creación de la Corporación de inversiones para impulsar la industrialización del país (este capítulo se convirtió en una pesadilla, porque algunos honorables empresarios, actualmente receptores también de honores oficiales, se alzaron con los dineros del pueblo: léase Miguel Facusé-. Las masas, con el apoyo ideológico del Partido Comunista, que dirigía Rigoberto Padilla Rush, fueron a las calles en apoyo de la pléyade de los jefes militares que impulsaban las reformas. Estos sin embargo, tras bambalinas, se llenaban sus bolsillos con los dineros del pueblo.
Esta ilusión, sin embargo, duró muy poco. López Arellano, no contento con el saqueo al que había sometido a Honduras, aceptó un soborno por unos pocos millones de lempiras, por parte de una compañía transnacional del banano que tenía una subsidiaria en el país, para que se disminuyera, sustancialmente, el impuesto bananero.
Todo hubiera pasado sin que pasara nada, a no ser porque la misma empresa bananera hace la denuncia del soborno en Los Estados Unidos. Otro militar, general de mentirijillas, que apenas sabía leer y escribir, Juan Alberto Melgar Castro, igualmente ambicioso de poder y de fortuna, nos despierta con la voz de Nahúm Valladares (ahora convertido en otro honorable ciudadano acreedor de muchos honores) anunciando, con el fondo de las marchas militares, otro nuevo golpe militar, con el propósito reiterado de salvar a la nación. ¡Pobres hondureños con estos salvadores! López Arellano fue enviado a su casa y los militares nombraron una comisión destinada a investigar lo del soborno. Esa comisión la integraban, entre otros, mi tío Camilo Rivera Girón. El régimen de Melgar Castro se constituyó en otra farsa que no hizo más que profundizar la crisis del país, que venía siendo sometido a un saqueo inmisericorde por parte de los Jefes de Estado militares y los comandantes de los batallones, convertidos, de la noche a la mañana, en potentados con cuantiosas cuentas en los bancos extranjeros y valiosas propiedades en el país, que no podían explicarse con sus salarios.
La comisión fue a Los Estados Unidos, a Europa y escarbó, igualmente, en Honduras. Oswaldo López Arellano, quien fue cubierto durante sus honras fúnebres con el pabellón nacional y que recibió honores de ordenanza, con una guardia constituida por los presidentes Rafael Leonardo Callejas (conocido por el latrocinio a que sometió a las arcas nacionales), Carlos Flores Facusé (violador de la constitución) y Ricardo Maduro (panameño que se hace elegir presidente violentando la constitución), no dio la autorización requerida para que pudieran ser examinadas sus cuentas bancarias en Honduras y en el extranjero, sobre todo en Suiza, que es donde guardaba los caudales mal habidos.
Al retornar, la Comisión confirmó la desvergüenza de Oswaldo López Arellano y de Abraham Benathon Ramos, su ministro de Economía (ahora igualmente, convertido en honorable miembro del COHEP, sin que sepamos cómo es que ha limpiado su honorabilidad), quienes, en efecto, habían recibido el soborno y lo tenían bien guardado en un banco suizo. Mi tío Camilo, temeroso de que la turba invadiera furiosa la casa de estos dos ladronzuelos, pidió a la Comisión para que, antes de que se divulgara el informe, por la cadena nacional de radio y televisión, se enviara patrullas de protección a las casas de estos personajuelos. No pasó nada, por suerte. El pueblo hondureño, es seguro, estaba tan decepcionado, tan desencantado que prefirió quedarse en casa. López Arellano y Benathon Ramos guardaron, eso sí, el dinero que les dio, para vergüenza de Honduras, la bananera que durante su historia ha sometido a muchas humillaciones a Honduras y a sus habitantes. Por si algunos no lo han entendido, Oswaldo López Arellano abandona la Jefatura de Estado de Honduras, a la que llega con el poder abusivo de las botas militares, por ladrón del Estado de Honduras. No fue a la cárcel a pesar de que pudieron habérsele imputado muchos delitos.
Luego de toda esta historia: ¿Qué honor merece el extinto Oswaldo López Arellano que sale del mando de la nación por perverso ladronzuelo? ¿Qué hoja de servicio puede destacare en quien violó, en reiteradas ocasiones, la Constitución y gobernó el país a partir de una masacre, no juzgada, ocurrida el 3 de octubre de 1963? Acepto que estén conmocionados sus parientes y amigos, pero ¿qué conmoción puede haber en el Estado, que representa a los hondureños, ante la muerte de alguien responsable de muchos delitos no juzgados en contra de Honduras y sus ciudadanos? Bien hizo la familia al no permitir que su cadáver fuera al Congreso y al Palacio presidencial porque, de ser así, el pueblo hondureño habría sentido que esos sitios eran, por enésima vez, vueltos a profanar. ¿Qué autoridad puede tener, ante su feligresía, el Vicario del Arzobispado de Tegucigalpa, Carlo Magno Herrera, al tratar a este bandido como “insigne hondureño, fiel a sus principios, (indudablemente fiel a sus principios de enriquecimiento ilícito y de violador de la ley) que respondió a las circunstancias de este tiempo y por el bien de Honduras cuando le toco actuar”? ¿Con que moral pueden, Rafael Leonardo Callejas, Ricardo Maduro y Carlos Flores Facusé hacer guardia a alguien que ha deshonrado a Honduras? ¿Cómo Pepe Lobo puede decir que todos sentimos la muerte de López Arellano, elevando al pedestal de patriota a quien fue expulsado del poder en forma deshonrosa? ¿Cuál es el legado que nos deja López Arellano, Señor Carlos Cuellar? Bueno se los recuerdo: varios golpes de Estado, la derrota infame que sufrió cuando la guerra con El Salvador, el asesinato de los guardias civiles y de los opuestos a su régimen, el soborno bananero,.. Por último, ¿los honorables miembros de la Comisión de Banca y Seguros, no estarán lloriqueando por la partida de Alí Babá? Continuará.
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