lunes, 18 de octubre de 2010

La Sucia

Por: Julio Escoto


Le salió la Siguanaba a la popósfera hondureña, es decir a la alta dirigencia política y empresarial, pues el mandatario de turno anunció sorpresivamente estar dispuesto a conversar en torno a la convocatoria de un parlamento constituyente. Y como dicen que acontece con los que asisten a presencia del feo personaje -me refiero a la Sucia desde luego- experimentaron las dos drásticas y opuestas emociones: admiración y terror. En 2009, cuando Zelaya impulsó la cuarta urna, espanto, histeria y azoro conmocionaron a los "líderes" de la materia y del espíritu en Honduras hasta hacerlos rasgarse las túnicas y halarse los cabellos en desesperación, como si los hubiera visitado el mitológico engendro.
Y hoy que el presidente nacionalista retoma el tema los mismos, como encandilados en arrobo y deleite, como si le estuvieran viendo las suaves tetas al aparecido monstruo, entonan la palinodia y bailan areitos de gozo en el más repugnante espectáculo de cinismo que haya presenciado la nación. Ah, ahora sí corrijamos plebiscito y referéndum para escuchar del "noble" pueblo su deseo y voluntad, pongámosle cláusulas para enhebrar la consulta, amarrémosle graciosamente el tamal…
Excepto que las condiciones no son favorables para otro engaño. El mayor error político de todas las épocas, el innecesario golpe de Estado, desencadenó un espontáneo movimiento de crítica y repulsa que fue paulatinamente condensándose y estructurándose hasta conseguir fácil y recientemente la firma pública y manifiesta de 1.3 millones de personas dispuestas a reclamar del Estado su derecho a refundar el país. Proyecciones de estudios discretos señalan que tras ellos existe de medio millón a setecientos mil más que aún no declaran, por privadas causas, adhesión al foco de resistencia pero que estarían dispuestos a prestarle su voto. Fenómeno histórico similar, en varios grados, a aquella enorme marea de reivindicación patria nominada Liga de la Defensa Nacional que se alzó en Honduras en 1913 contra el sumo riesgo de que se nos convirtiera en protectorado norteamericano.
Hoy como entonces el pueblo se salta las trincheras partidarias -es más, los partidos quedaron atrás de la marcha democrática- y el motor del cambio se fundamenta más en una veloz toma de conciencia popular que en factores ideológicos, en consensos de voluntad más que en necesidad de caudillos o agitadores. Es obvio que la población va muy adelante de sus conductores y que figuras como Manuel Zelaya, en este instante dirigente, serán sacrificadas en cuanto exhiban la menor debilidad. Esto, pues, ya no es una ola; es el mar.
De allí que la Siguanaba haya hecho estragos. Los asustados (que ocupan reconstituyente) han pretendido contener el impulso y fijarle limitaciones: que el referéndum sea así, que no trate sobre reelección ni sobre artículos pétreos, que administren la feria los mandrakes del TSE, que yo medio renuncio, que sea candidata mi mamá, etcétera. El propósito es volver a manipular el proceso, lo que no ocurrirá.
Pues además de todas esas materias, que se discutirán ya que al soberano nadie puede dictarle agenda restrictiva, se le entrará al más grave de todos los asuntos y que es el que la popósfera calla y busca maquillar, el del usufructo de los recursos terráqueos: minerales, agua y los ya científicamente certificados fondos de petróleo en costa Atlántica. Estoy suficientemente asesorado para afirmar que la explotación de hidrocarburos puede rentar a Honduras -según calidad de crudos, tecnologías de extracción e incluso refinado, así como fórmula de partición de utilidades (70% para la república, 24% para la transnacional)- de 30 a 70 y hasta 90 millones de dólares ¡diarios!...
Así que ya sí se entiende por qué es vital la nueva constitución -justos modos y reglas de experiencia humana local- y que la escribamos los hondureños con auténtica devoción de país. Como culmina su libro el Gabo, puede que sea nuestra última oportunidad sobre la Tierra

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