Por: Hugo Moldiz Mercado
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La primera quincena de mayo, en una declaración no lo suficientemente difundida por las grandes cadenas transnacionales de la información, el presidente ruso Dimitri Medvedev, advertía que una guerra contra Irán podría convertirse en una Tercera Guerra Mundial. Casi un mes después, en una reflexión titulada "Saber la verdad a tiempo"1, el líder histórico de la revolución cubana, Fidel Castro, afirmaba que el momento en el cual Estados Unidos e Israel "intenten inspeccionar el primer buque mercante de ese país (Irán), se desatará una lluvia de proyectiles en una y otra dirección. Será el momento exacto en que se iniciará la terrible guerra".
Ambas advertencias no carecen de sentido. Estados Unidos e Israel, su personificación en el Medio Oriente, han desplazado el 18 de junio más de 12 buques de guerra por el Canal de Suez, en dirección del Mar Negro, que es la ruta más directa por el Mediterráneo hasta el Golfo Pérsico, para situarse muy cerca de las fronteras marítimas de Irán, en una clara adopción de una posición de ataque contra un Estado cuyo gobierno desafía la hegemonía imperial. Ni Barak Obama ni Benjamin Netanyahu han desmentido la información publicada en un diario con sede en Londres.
Sin embargo, el desplazamiento militar y la amenaza de uso de la fuerza no extraña. Tres hechos ocurridos en menos de dos meses conducen a fortalecer la tesis de que una guerra nuclear acecha a la humanidad: primero, el 9 de junio pasado, Brasil y Turquía –dos países miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que no tienen derecho a veto- no pudieron evitar que se aprobara una cuarta ronda de sanciones contra Irán que fue articulada por Estados Unidos, Francia e Inglaterra. Segundo, el jueves 1 de julio el presidente Obama puso en marcha una ley aprobada por el Congreso que establece medidas represivas unilaterales y con alcance extraterritorial contra bancos y compañías energéticas y exportadoras de tecnología que negocien con ese país islámico. Tercero, en mayo, Estados Unidos estuvo a punto de desatar un enfrentamiento con consecuencias imprevisibles entre la dos coreas –Del Norte y del Sur-, al hundir a la corbeta surcoreana Cheonan frente a sus costas, con un saldo de más de cuatro decenas de muertos y casi un número similar de heridos2.
Las acciones militares tácticas, pero con un claro sentido estratégico, se basan en que el 9 de abril último el gobierno iraní anunció la instalación de nuevas centrifugadoras para enriquecer uranio al 10 por ciento, en el marco de un programa nuclear con fines pacíficos que hasta ahora, a pesar de sus denuncias, Estados Unidos y sus aliados en la OTAN no han podido desmentir ni mucho menos comprobar que los objetivos son militares. Lo mismo ocurre con Pyongyang, al que también se lo tiene en la mira.
En la Declaración de Teherán3 –firmada por Brasil, Turquía e Irán- se establece que el gobierno iraní enviará 1.200 kilogramos de su uranio enriquecido al 3,5% a Ankara, a cambio de 120 kilos de uranio enriquecido al 20% para alimentar su reactor de investigaciones médicas.
Los objetivos reales
Sin embargo, una mirada más larga y consideraciones más amplias conducen a incorporar, al momento de hacer un balance y proyección de los movimientos de Estados Unidos e Israel, algunas ideas para acercarse a los objetivos reales del movimiento real de la estrategia militar imperial. Es decir, cabe la pregunta ¿es Irán el principio y fin de las medidas militares que Estados Unidos e Israel están a punto de aplicar? La respuesta es definitivamente no. Y entonces, reconstruyendo piezas sueltas inmediatamente se ponen al descubierto los siguientes objetivos, desarrollados sin orden de jerarquía en adelante.
Empero, una aclaración previa. Al igual que la disputa por áreas de influencia se produjeron la I y II guerras mundiales, de cuyas contradicciones emergió un vigoroso movimiento emancipador que empezó con el triunfo de la primera revolución socialista del siglo XX, es evidente que la apuesta por la guerra, como mecanismo imperial para salir de la crisis de la rotación transnacional en la cual se encuentra en capital, abre el gran desafío a los pueblos del mundo de construir una intersubjetividad para detener la aventura militarista y, sobre todo, para levantar más alto las banderas emancipatorias.
En primer objetivo imperial es restablecer el predominio político y militar de Israel - como encarnación de Estados Unidos, en una región en la que el teatro de operaciones tiende a ser más equilibrado y complejo. En los últimos años la creciente agresividad irracional israelita –como la expresada en el ataque a la flotilla por la libertad4- no ha podido evitar que la marina, la aviación y el ejército israelita enfrenten tropiezos y no alcancen sus objetivos. La ofensiva contra el Líbano en 2006 y Gaza en 2008, para aniquilar a Hezbollah y Hamas constituyen una prueba de ello.
Para alcanzar ese objetivo, Estados Unidos e Israel han empezado a aumentar su poder militar en la región. Tel Aviv ha conseguido en los últimos meses grandes cantidades de materiales militares de Estados Unidos, particularmente las bombas Jdam –que pueden ser lanzadas a más de 60 kilómetros del objetivo- y que ya fueron empleadas en el ataque contra el Líbano en 2006 y en la operación Plomo Fundido contra Gaza en 2008.
En segundo lugar se ubica la destrucción de los delicados hilos que están conduciendo a la estructuración de un triángulo entre Irán, Siria y Turquía, algo impensable hace tiempo, sobre todo entre los dos primeros con el último, por enemistades de vieja data.
La condición de posibilidad del eje Teherán-Damasco-Ankara -que sentaría los cimientos para terminar con la guerra civil musulmana entre chiítas y sunnitas, así como para una inesperada relación con los países laicos, como Turquía-, están dadas y la preocupación estadounidense-israelí, expresada en una reunión organizada el pasado jueves en Bruselas, es un fuerte tirón de orejas para los planes hegemónicos. Ankara se ha vuelto a solidarizar con Palestina y ha cuestionado los planes estadounidenses en la región.
Lo que pasa es que los turcos están molestos por el apoyo encubierto que Estados Unidos brinda a los separatistas kurdos –que también están dentro de Irak-, a los Pejak en Irán y a los de Siria, a lo que hay sumar la demora de la Unión Europea para aceptar el ingreso de Turquía, así como el apoyo de los tres países –que juntos representan un tamaño considerable en Medio Oriente- a la causa del pueblo palestino.
Por lo demás, la apertura de fronteras para el intercambio comercial y algunas señales de colaboración entre los tres países ha mostrado, en poco tiempo, las oportunidades perdidas y las potencialidades para sus economías y sus poblaciones.
Un tercer objetivo de las maniobras militares de Estados Unidos e Israel es mantener el control sobre Arabia Saudita, un tradicional aliado de occidente que hace poco ha dado señales, sin embargo, de pretender un cierto grado de autonomía, quizá motivado por la potencialidad, si llega a consolidarse, del eje Irán-Siria-Turquía.
La señal es clara. El 14 de junio, el embajador saudí ante Inglaterra, el príncipe Mohammed bin Nawaf, desmintió al The Times por una noticia –publicada dos días antes- en la que se daba cuenta que Arabia Saudita había autorizado el uso de su espacio aéreo para atacar a Irán. Además, altos funcionarios estadounidenses e israelitas no han podido ocultar su molestia por la invitación que el rey saudita hizo al presidente iraní para hacer juntos un peregrinaje a la Meca.
Estas acciones y posiciones no conducen a confiar en un gobierno saudí históricamente aliado de Washington y Tel Aviv en la región, pero es evidente que nada de eso hubiese sucedido antes, más aún en un contexto de un fuerte predominio militar y político imperial.
El cuarto objetivo estadounidense-israelí es contener, hasta donde sea posible, el gradual restablecimiento de la presencia rusa en esa región, de la cual tuvo que salir poco después de derrumbada la URSS y el bloque socialista del Este en la década de los 90.
El movimiento ruso no tiene pérdida. Desde el punto de vista político, el presidente Dimitri Medvedev se ha manifestado hace poco –en Damasco y Ankara- partidario de la reconciliación política entre los grupos palestinos Al Fatah y Hamas, y ha respaldado con entusiasmo el acercamiento entre Irán, Siria y Turquía. En lo económico Rusia ha intensificado el comercio con Turquía, para lo cual ha eliminado el requisito de visas para los ciudadanos turcos. La venta de misiles S-300 a Irán están lejos de solo ser un buen negocio, que también lo es, para convertirse en parte de ese paulatino retorno al Mediterráneo.
El oro negro es uno de los fundamentos del nuevo acercamiento ruso a la región. Con una inversión de miles de millones de dólares Rusia construirá un oleoducto entre Samsum y Ceyhan, que permitirá llevar al Mediterráneo su petróleo desde el Mar Negro. Además, las empresas rusas Rosatom y Atomstroyexport se encuentran en plena instalación de una central nuclear en Irán y pronto estarán con similares obras en Siria y Turquía.
A la cadena de objetivos hasta ahora desarrollados se añade un quinto: la ansiedad de Estados Unidos de construir una cortina de humo ante los fracasos militares de sus aventuras militares en Afganistán e Irak. A pesar de los miles de millones de dólares gastados –que han beneficiado principalmente al privado complejo militar-industrial-, el desplazamiento de centenares de miles de soldados y la muerte de otros miles, la estrategia del Pentágono no ha logrado impedir la inestabilidad de Bagdad y Kabul está demasiado lejos de ceder a la influencia de los talibanes y la resistencia afgana.
La reciente destitución del Comandante de las Fuerzas de la OTAN en Afganistán, el general Stanley McChrystal, el 23 de junio, por parte del presidente Obama, a cuya administración el jefe militar criticó duramente por su posición frente a Afganistán, se ha convertido en una pista, quizá la más importante, para demostrar que una década de presencia militar se aproxima más a una reedición de Vietnam5 que a un final victorioso. Todo indica que el general apuntó deliberadamente sus dardos contra la "guerra de Obama"6 para ser destituido y no estar presente al momento de empezar –si se cumple el cronograma- el proceso de retirada a partir de 2011, en medio de un país incontrolable, y entregar, de esa manera, un arma a los republicanos, de los que forma parte, para la próxima campaña presidencial.
El sexto objetivo, al que la nomenclatura estadounidense definiría como "efectos colaterales", es lanzar un mensaje a varios países contestones de América Latina que se han atrevido, en los últimos dos años, a estrechar relaciones con Rusia, aproximarse más a China y a establecer relaciones más cercanas con Irán.
El presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad ha visitado Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia en septiembre de 2009 y luego en noviembre de 2009 amplió la gira a Brasil, donde recibió el apoyo del presidente Lula a su programa nuclear con fines pacíficos. La reacción del Departamento de Estado de los Estados Unidos no se dejó esperar. El 11 de diciembre de 2009, cinco días después de las elecciones generales en las cuales el presidente Evo Morales fue reelecto con el 64%, la secretaria de Estado Hillary Clinton sostuvo: "es realmente una mala idea" que Bolivia establezca relaciones diplomáticas con Irán y, en alusión directa a Evo Morales y Hugo Chávez añadió: "deberían considerar las consecuencias que puede tener para ellos. Esperamos que lo piensen dos veces".
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6 "La guerra de Obama" es como el intelectual argentino Atilio Borón denomina, en uno de sus últimos artículos, a la decisión del presidente estadounidense de mantener la fuerza antes que las ideas para dominar el mundo.
Ambas advertencias no carecen de sentido. Estados Unidos e Israel, su personificación en el Medio Oriente, han desplazado el 18 de junio más de 12 buques de guerra por el Canal de Suez, en dirección del Mar Negro, que es la ruta más directa por el Mediterráneo hasta el Golfo Pérsico, para situarse muy cerca de las fronteras marítimas de Irán, en una clara adopción de una posición de ataque contra un Estado cuyo gobierno desafía la hegemonía imperial. Ni Barak Obama ni Benjamin Netanyahu han desmentido la información publicada en un diario con sede en Londres.
Sin embargo, el desplazamiento militar y la amenaza de uso de la fuerza no extraña. Tres hechos ocurridos en menos de dos meses conducen a fortalecer la tesis de que una guerra nuclear acecha a la humanidad: primero, el 9 de junio pasado, Brasil y Turquía –dos países miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que no tienen derecho a veto- no pudieron evitar que se aprobara una cuarta ronda de sanciones contra Irán que fue articulada por Estados Unidos, Francia e Inglaterra. Segundo, el jueves 1 de julio el presidente Obama puso en marcha una ley aprobada por el Congreso que establece medidas represivas unilaterales y con alcance extraterritorial contra bancos y compañías energéticas y exportadoras de tecnología que negocien con ese país islámico. Tercero, en mayo, Estados Unidos estuvo a punto de desatar un enfrentamiento con consecuencias imprevisibles entre la dos coreas –Del Norte y del Sur-, al hundir a la corbeta surcoreana Cheonan frente a sus costas, con un saldo de más de cuatro decenas de muertos y casi un número similar de heridos2.
Las acciones militares tácticas, pero con un claro sentido estratégico, se basan en que el 9 de abril último el gobierno iraní anunció la instalación de nuevas centrifugadoras para enriquecer uranio al 10 por ciento, en el marco de un programa nuclear con fines pacíficos que hasta ahora, a pesar de sus denuncias, Estados Unidos y sus aliados en la OTAN no han podido desmentir ni mucho menos comprobar que los objetivos son militares. Lo mismo ocurre con Pyongyang, al que también se lo tiene en la mira.
En la Declaración de Teherán3 –firmada por Brasil, Turquía e Irán- se establece que el gobierno iraní enviará 1.200 kilogramos de su uranio enriquecido al 3,5% a Ankara, a cambio de 120 kilos de uranio enriquecido al 20% para alimentar su reactor de investigaciones médicas.
Los objetivos reales
Sin embargo, una mirada más larga y consideraciones más amplias conducen a incorporar, al momento de hacer un balance y proyección de los movimientos de Estados Unidos e Israel, algunas ideas para acercarse a los objetivos reales del movimiento real de la estrategia militar imperial. Es decir, cabe la pregunta ¿es Irán el principio y fin de las medidas militares que Estados Unidos e Israel están a punto de aplicar? La respuesta es definitivamente no. Y entonces, reconstruyendo piezas sueltas inmediatamente se ponen al descubierto los siguientes objetivos, desarrollados sin orden de jerarquía en adelante.
Empero, una aclaración previa. Al igual que la disputa por áreas de influencia se produjeron la I y II guerras mundiales, de cuyas contradicciones emergió un vigoroso movimiento emancipador que empezó con el triunfo de la primera revolución socialista del siglo XX, es evidente que la apuesta por la guerra, como mecanismo imperial para salir de la crisis de la rotación transnacional en la cual se encuentra en capital, abre el gran desafío a los pueblos del mundo de construir una intersubjetividad para detener la aventura militarista y, sobre todo, para levantar más alto las banderas emancipatorias.
En primer objetivo imperial es restablecer el predominio político y militar de Israel - como encarnación de Estados Unidos, en una región en la que el teatro de operaciones tiende a ser más equilibrado y complejo. En los últimos años la creciente agresividad irracional israelita –como la expresada en el ataque a la flotilla por la libertad4- no ha podido evitar que la marina, la aviación y el ejército israelita enfrenten tropiezos y no alcancen sus objetivos. La ofensiva contra el Líbano en 2006 y Gaza en 2008, para aniquilar a Hezbollah y Hamas constituyen una prueba de ello.
Para alcanzar ese objetivo, Estados Unidos e Israel han empezado a aumentar su poder militar en la región. Tel Aviv ha conseguido en los últimos meses grandes cantidades de materiales militares de Estados Unidos, particularmente las bombas Jdam –que pueden ser lanzadas a más de 60 kilómetros del objetivo- y que ya fueron empleadas en el ataque contra el Líbano en 2006 y en la operación Plomo Fundido contra Gaza en 2008.
En segundo lugar se ubica la destrucción de los delicados hilos que están conduciendo a la estructuración de un triángulo entre Irán, Siria y Turquía, algo impensable hace tiempo, sobre todo entre los dos primeros con el último, por enemistades de vieja data.
La condición de posibilidad del eje Teherán-Damasco-Ankara -que sentaría los cimientos para terminar con la guerra civil musulmana entre chiítas y sunnitas, así como para una inesperada relación con los países laicos, como Turquía-, están dadas y la preocupación estadounidense-israelí, expresada en una reunión organizada el pasado jueves en Bruselas, es un fuerte tirón de orejas para los planes hegemónicos. Ankara se ha vuelto a solidarizar con Palestina y ha cuestionado los planes estadounidenses en la región.
Lo que pasa es que los turcos están molestos por el apoyo encubierto que Estados Unidos brinda a los separatistas kurdos –que también están dentro de Irak-, a los Pejak en Irán y a los de Siria, a lo que hay sumar la demora de la Unión Europea para aceptar el ingreso de Turquía, así como el apoyo de los tres países –que juntos representan un tamaño considerable en Medio Oriente- a la causa del pueblo palestino.
Por lo demás, la apertura de fronteras para el intercambio comercial y algunas señales de colaboración entre los tres países ha mostrado, en poco tiempo, las oportunidades perdidas y las potencialidades para sus economías y sus poblaciones.
Un tercer objetivo de las maniobras militares de Estados Unidos e Israel es mantener el control sobre Arabia Saudita, un tradicional aliado de occidente que hace poco ha dado señales, sin embargo, de pretender un cierto grado de autonomía, quizá motivado por la potencialidad, si llega a consolidarse, del eje Irán-Siria-Turquía.
La señal es clara. El 14 de junio, el embajador saudí ante Inglaterra, el príncipe Mohammed bin Nawaf, desmintió al The Times por una noticia –publicada dos días antes- en la que se daba cuenta que Arabia Saudita había autorizado el uso de su espacio aéreo para atacar a Irán. Además, altos funcionarios estadounidenses e israelitas no han podido ocultar su molestia por la invitación que el rey saudita hizo al presidente iraní para hacer juntos un peregrinaje a la Meca.
Estas acciones y posiciones no conducen a confiar en un gobierno saudí históricamente aliado de Washington y Tel Aviv en la región, pero es evidente que nada de eso hubiese sucedido antes, más aún en un contexto de un fuerte predominio militar y político imperial.
El cuarto objetivo estadounidense-israelí es contener, hasta donde sea posible, el gradual restablecimiento de la presencia rusa en esa región, de la cual tuvo que salir poco después de derrumbada la URSS y el bloque socialista del Este en la década de los 90.
El movimiento ruso no tiene pérdida. Desde el punto de vista político, el presidente Dimitri Medvedev se ha manifestado hace poco –en Damasco y Ankara- partidario de la reconciliación política entre los grupos palestinos Al Fatah y Hamas, y ha respaldado con entusiasmo el acercamiento entre Irán, Siria y Turquía. En lo económico Rusia ha intensificado el comercio con Turquía, para lo cual ha eliminado el requisito de visas para los ciudadanos turcos. La venta de misiles S-300 a Irán están lejos de solo ser un buen negocio, que también lo es, para convertirse en parte de ese paulatino retorno al Mediterráneo.
El oro negro es uno de los fundamentos del nuevo acercamiento ruso a la región. Con una inversión de miles de millones de dólares Rusia construirá un oleoducto entre Samsum y Ceyhan, que permitirá llevar al Mediterráneo su petróleo desde el Mar Negro. Además, las empresas rusas Rosatom y Atomstroyexport se encuentran en plena instalación de una central nuclear en Irán y pronto estarán con similares obras en Siria y Turquía.
A la cadena de objetivos hasta ahora desarrollados se añade un quinto: la ansiedad de Estados Unidos de construir una cortina de humo ante los fracasos militares de sus aventuras militares en Afganistán e Irak. A pesar de los miles de millones de dólares gastados –que han beneficiado principalmente al privado complejo militar-industrial-, el desplazamiento de centenares de miles de soldados y la muerte de otros miles, la estrategia del Pentágono no ha logrado impedir la inestabilidad de Bagdad y Kabul está demasiado lejos de ceder a la influencia de los talibanes y la resistencia afgana.
La reciente destitución del Comandante de las Fuerzas de la OTAN en Afganistán, el general Stanley McChrystal, el 23 de junio, por parte del presidente Obama, a cuya administración el jefe militar criticó duramente por su posición frente a Afganistán, se ha convertido en una pista, quizá la más importante, para demostrar que una década de presencia militar se aproxima más a una reedición de Vietnam5 que a un final victorioso. Todo indica que el general apuntó deliberadamente sus dardos contra la "guerra de Obama"6 para ser destituido y no estar presente al momento de empezar –si se cumple el cronograma- el proceso de retirada a partir de 2011, en medio de un país incontrolable, y entregar, de esa manera, un arma a los republicanos, de los que forma parte, para la próxima campaña presidencial.
El sexto objetivo, al que la nomenclatura estadounidense definiría como "efectos colaterales", es lanzar un mensaje a varios países contestones de América Latina que se han atrevido, en los últimos dos años, a estrechar relaciones con Rusia, aproximarse más a China y a establecer relaciones más cercanas con Irán.
El presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad ha visitado Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia en septiembre de 2009 y luego en noviembre de 2009 amplió la gira a Brasil, donde recibió el apoyo del presidente Lula a su programa nuclear con fines pacíficos. La reacción del Departamento de Estado de los Estados Unidos no se dejó esperar. El 11 de diciembre de 2009, cinco días después de las elecciones generales en las cuales el presidente Evo Morales fue reelecto con el 64%, la secretaria de Estado Hillary Clinton sostuvo: "es realmente una mala idea" que Bolivia establezca relaciones diplomáticas con Irán y, en alusión directa a Evo Morales y Hugo Chávez añadió: "deberían considerar las consecuencias que puede tener para ellos. Esperamos que lo piensen dos veces".
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6 "La guerra de Obama" es como el intelectual argentino Atilio Borón denomina, en uno de sus últimos artículos, a la decisión del presidente estadounidense de mantener la fuerza antes que las ideas para dominar el mundo.
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